Minerva soñaba con él, lo sentía con ella, lo sentía
encima de ella, podía sentir su respiración, su cálido aliento en su cuello, la
suavidad de sus labios, sentía las manos de él sobre su cuerpo y ella podía
tocarlo, podía sentir su pecho, su espalda, podía sentir su desnudez sobre ella
y comenzó a desearlo, en un acto de reflejo abrió las piernas y lo sintió en
medio de ellas, deseaba que la penetrara, deseaba que le hiciera el amor.
—Leonardo mi amor —balbuceaba—. Te extraño, bésame,
tócame, hazme el amor, te necesito.
Minerva podía sentir sus labios, sus caricias, incluso
pudo sentir tocar su miembro y la penetración, gimió, movió sus caderas, se
impulsaba y pedía por más.
—Sí mi amor, así, más, más…
Minerva sintió una tensión placentera en su vientre
caliente y por fin llegó el alivio deseado.
—Leonardo, Leonardo, sí, sí… —gimió el nombre de su
amor y se tranquilizó, su corazón palpitaba con fuerza y en un reflejo despertó
agitada y bañada en sudor. Se sentó en la cama desorientada y encendió la
lámpara, no sabía que había pasado y lloró porque se encontró sola y en su
habitación, había soñado con él. Cuando se controló pudo sentir la evidencia de
su sueño, estaba empapada, se levantó y se dirigió al baño, sintió su cuerpo
placenteramente liviano y entonces supo, que había tenido un orgasmo.